domingo, 23 de noviembre de 2008

INMIGRACION - un proyecto de Dios - Tomado de 'Llamados a salir'

Estamos llamados a ser luz y sal en la tierra. Tanto los inmigrantes, como los lugareños, los llamados a emigrar como los huéspedes estamos llamados a ser luz y testigos del que nos llamo de las tinieblas. No hay tiempo que perder, bastante ya hemos estado entretenido mirando el debate del mundo respecto a la inmigración. Hemos olvidado que somos ‘extranjeros y peregrinos’ (*1), TODOS! Que no buscamos ciudad permanente aquí, sino que caminamos en pos de nuestra ciudad permanente.
Pero, ¿qué nos pasó, qué parte de su Palabra no entendimos? ¿No estaremos errando el blanco al no seguir el esfuerzo de los Apóstoles padres de la iglesia que exhortaban una y otra vez que ya no había griego ni hebreo ni gentil sino que todos pertenecían a la gran familia de Dios?
Porque mas allá de los planteamientos políticos, los estudios demográficos, los análisis sociológicos, el impacto económico y la problemática xenofóbica, la inmigración es también un proyecto del Reino de Dios.
¿Proyecto del Reino de Dios? Si, porque desde tiempos antiguos Dios ha usado la inmigración de personas y pueblos para cumplir sus propósitos. Desde el mismo Adán que tuvo que emigrar del Huerto del Edén por causa de su error, pasando por Abraham que tuvo que ‘salir de su tierra y parentela’ (*2) para comenzar la gran travesía de la fe que atraviesa la historia y llega hasta nuestra generación y las que vienen, siguiendo por José que fue inmigrante en Egipto para ‘preservar su propia vida y la de su familia’ y el pueblo de la fe, por Moisés que anduvo vagando en tierra extraña por cuarenta años hasta que se topa con Dios en Horeb, Israel con seiscientos mil hombres que emigran de Egipto tras la ‘tierra prometida’, Noemí y Elimelec que emigran escapando a la pobreza y el hambre, Ruth que deja su tierra y parentela y se une, siendo ella extranjera, a la mas gloriosa genealogía de la cual proviene David y nuestro Señor Jesucristo. David que exiliado huye de Saúl y vive como inmigrante en tierra extraña, Daniel y los hijos de los nobles de Israel que fueron llevados cautivos a Babilonia y allá ‘prefirieron no contaminarse con la comida’ de rey extraño y pagano. La más gloriosa inmigración que hemos recibido, al gran Dios que se humanizó y ‘que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;
y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.’ (*3) Y cuando Jesucristo emigra a sentarse a la diestra de su Padre sus seguidores, los del ‘Camino’ (*4), huyen de Jerusalén y como inmigrantes cunden al mundo con la Palabra de gracia, las buenas nuevas del Reino de Dios. Evidentemente Dios ha movido gente de un lugar a otro solo para cumplir sus propósitos, y eso vale la pena. Ya en un tiempo más cercano a nosotros, a finales del siglo XVIII William Carey, un ingles que se embarca a la India movido por el fuego de Dios, emigraba porque su voz y acción inaugurarían un nuevo tiempo en las misiones evangelísticas en el mundo.
Sin lugar a dudas la migración-inmigración es un proyecto que Dios lo viene desenvolviendo desde el principio y aun hoy lo tiene en mente.
Durante los últimos siglos hemos centrado la acción misionera y expansiva de la iglesia en agencias e instituciones que han colaborado con entusiasmo y mucha responsabilidad en la extensión del Reino de Dios. Pero en las últimas décadas Dios ha sumado a su obra un movimiento de cristianos alrededor del mundo, hombres y mujeres comunes, los hermanos adoradores, algunos buscando estabilidad económica otros huyendo de sus países por razones de seguridad entre otras causas, han sido diseminados sobre la faz de la tierra. Estos son los creyentes que al establecerse en la nueva tierra cumplen el mandato simple e imperioso de Jesús: ‘Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ (*5) . Lo mismo que hacían en su lugar de origen ahora por impulso del Espíritu Santo lo hacen con sus nuevos vecinos. Esto es obra del Espíritu de Dios que nos capacita para ser testigos desde nuestro sitio hasta los confines de la tierra. Es necesario que nuestros ojos sean abiertos al mover del Espíritu Santo.
También hay un gran gentío que se ha trasladado de lugares inhóspitos y difíciles de penetrar con el evangelio a nuestras ciudades, ellos han sido traídos para que se les anuncie las maravillas de Dios y la Palabra del Reino de Dios.
Tenemos delante de nuestro ojos decenas de miles de personas que viven en la oscuridad del Reino de las Tinieblas, es la gran mies, la gran cosecha a la que hemos sido convocados por el Padre Celestial para que llevemos mucho fruto para honra de su Nombre.
En este tiempo se nos ha puesto en nuestras manos la pluma gloriosa de la historia de la iglesia en este siglo, somos responsables de escribir con valentía la página de nuestra generación con manifestaciones del poder de Dios y con una gran cosecha de personas para el Padre Celestial.
Si nos dejamos enredar en la discusión de inmigración que tienen los gobiernos nos desenfocaremos y desaprovecharemos las posibilidades que nos permite la migración-inmigración para la expansión del Reino de Dios y el fortalecimiento de la fe de muchos hermanos.





NOTAS

*1. 1º Pedro 2:11
*2. Hechos 7:3
*3. Filipenses 2:7-11
*4. Hechos 9:2
*5. Mateo 28:20

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